La silenciosa revolución de la IA Afectiva: mercado se triplicaría en 8 años

Si en 2024 la valoración de la industria de la «IA Afectiva» rozaba los 38 mil millones, hoy estamos ante una transición histórica, impulsando un mercado que se proyecta escale hasta los 113 mil millones de dólares en 2032.

El dinero sigue a la innovación, y la innovación ha dado un salto cuántico: de la simple conexión Wi-Fi a la comprensión emocional. El crecimiento de esta industria es vertiginoso y silencioso. Según datos de Statista, el mercado del reconocimiento de emociones y la IA Afectiva crecerá de manera explosiva en los próximos años. Las cifras hablan por sí solas. El mercado pasará de 38 mil millones de dólares en 2024 a 113 mil millones en 2032. Es un negocio que prácticamente se triplicará en ocho años.

¿Qué impulsa esta fiebre de inversión? La evolución de plataformas como LG ThinQ. Este ecosistema, que nació en 2011 como una herramienta básica de control remoto y diagnóstico, hoy -14 años después- es el rostro visible de la «Inteligencia Artificial Afectiva». Ya no se trata de vender un electrodoméstico. Se trata de ofrecer una experiencia de vida. El sistema «entiende» que es lunes por la mañana. Sabe que el usuario tiene prisa. Ajusta los ciclos de lavado. Regula la climatización para reducir el estrés ambiental. Es la promesa del «Zero Labor Home» (Hogar sin labores), donde la tecnología orquesta la vida doméstica basándose en datos en tiempo real.

El desafío del capital humano

Sin embargo, este mercado en expansión choca con una barrera crítica: el usuario. Durante años, la alfabetización digital fue solo saber operar un dispositivo. Hoy, esa definición es obsoleta. En 2024, la verdadera alfabetización es la competencia para navegar estos ecosistemas donde la IA Afectiva es protagonista. Los dispositivos no solo ejecutan órdenes. Aprenden patrones. Anticipan necesidades. Cuidan activamente al usuario. Esto obliga a redefinir qué significa estar «conectados».

En este tablero global de ajedrez tecnológico, Chile juega una posición de liderazgo. Según el Ranking Mundial de Competitividad Digital IMD 2023, el país se mantiene como el líder indiscutido en Sudamérica, ubicándose en el puesto 42 a nivel global. Supera a gigantes como Brasil y México. El acceso ya no es el problema. La penetración de internet en los hogares chilenos supera el 90% en zonas urbanas según la Subtel. Pero el reto actual es la sofisticación del uso. No basta con tener la carretera digital más rápida si los conductores no saben interpretar las señales de un vehículo que ahora «conduce» solo.

Educación para un mercado empático

La tecnología avanza más rápido que la pedagogía. Ahí radica el peligro. «La alfabetización digital hoy debe ir más allá de la pantalla y centrarse en la ética y la comprensión de sistemas complejos», advierte Teresa Cruz, Brand Manager de Home Appliances Solutions de LG Electronics Chile. «Vemos que la tecnología se vuelve cada vez más humana. Pero para aprovecharla, necesitamos usuarios conscientes. Es crucial educar a los niños para que no sean dependientes. Deben saber potenciarse usándola. Entender que un ecosistema inteligente está ahí para liberarles tiempo, no para reemplazar su criterio».

La evidencia respalda que la educación es clave para sostener este crecimiento de mercado. Un informe del DQ Institute (2023) sugiere que los niños con alta inteligencia digital muestran mayores niveles de empatía y pensamiento crítico. Son usuarios activos, no pasivos propensos a la ansiedad digital. Asimismo, la OCDE señala en sus informes PISA que las habilidades digitales avanzadas permiten distinguir la información veraz de la manipulación.

Las grandes marcas asumen hoy un rol de co-educadores. Los ecosistemas ya no son jardines amurallados de hardware, sino plataformas de bienestar. La tecnología se ha vuelto invisible a fuerza de ser omnipresente y empática. Ya no son máquinas frías. Son compañeros digitales diseñados para cuidarnos. En este mercado millonario, la alfabetización digital es el superpoder que asegura el control. Aunque la casa sea inteligente y el algoritmo afectivo, la decisión final debe seguir siendo, irreductiblemente, humana.